A continuación reproducimos algunos extractos del artículo ‘IA nation’ en vez de ‘start-up nation’ publicado en La Vanguardia.

La IA es lo que se llama una tecnología de propósito general, es decir, una revolución en toda regla con capacidad para transformar nuestras relaciones sociales, el empleo o la interacción con las administraciones, entre tantas y tantas cosas. Es la tecnología detrás de la personalización de todos los servicios, incluso de la medicina, de la automatización de los procesos más complejos, o de los asistentes virtuales, entre otros centenares de ejemplos. La IA dará respuesta a muchos de los complejos retos a los que se enfrenta el ser humano en este siglo, como los relacionados con el medio ambiente o las enfermedades terminales. Y por supuesto está detrás de otras innovaciones fundamentales como el big data , la ciberseguridad, la computación cuántica, la conducción autónoma o el internet de las cosas.

La apuesta por impulsar la IA no se está entendiendo en todas las regiones o países por igual. Desde hace años, en artículos de investigación anteriores, venimos alertando del déficit de inversión europea en economía digital, con una brecha cada vez más pronunciada respecto a EE.UU. y China. Algo que hemos podido comprobar más fehacientemente en nuestro libro Europa frente a Estados Unidos y China: prevenir el declive en la era de la inteligencia artificial.


El anuncio de la Comisión Europea de destinar 20.000 millones de euros anuales a la IA es una gran noticia, pero resultará insuficiente para cerrar la distancia existente con las dos superpotencias, donde no sólo los gobiernos están haciendo esfuerzos incluso superiores a los de Europa, sino que cuentan con un tejido productivo y empresarial enfocado a la tecnología que no tiene parangón. Si Europa quiere posicionarse como líder de la vanguardia tecnológica deberá, en primer lugar, impulsar y alentar la creación de ecosistemas que permitan escalar a sus start-ups, y orientarse hacia una renovación de todos sus sectores con empresas eminentemente digitales. La urgencia de acometer esta renovación es total: el impulso de la IA está liderado en EE.UU. y China por empresas millennial, como Google, Facebook o Alibaba, creadas a partir de los noventa. En Europa la mayor parte de sus referentes tecnológicas cuentan con más de medio siglo de historia. Así es imposible.

Es evidente que una sociedad concienciada en la importancia de la IA tendrá como consecuencia un mayor enfoque universitario y académico, pero, para que se canalice en riqueza y empleo, debe existir un complejo entramado que incluya al sector privado en la ecuación. Porque lo que determina el éxito de una sociedad digital no es tanto el número de doctores o artículos publicados, sino la consecución de retos relevantes en IA. Y en esto China y EE.UU., logrando auténticos saltos tecnológicos, están dando una lección al mundo.

La capacidad de transformación de la economía digital y la IA es tan importante que está en juego hasta la especialización productiva de cada país, amenazada por empresas globales capaces de reinventar cualquier sector. La apuesta por la IA por tanto no debe ser sólo entendida como un intento de modernización o de impulso de sectores muy concretos vinculados a la tecnología. Es una cuestión de supervivencia competitiva de nuestras empresas.

La relevancia económica que otorga la capacidad de enfrentarse a fenómenos complejos, como es la pandemia del coronavirus o el cambio climático y para los que la IA es la gran aliada, marcará una brecha de riqueza y bienestar entre países cada vez más difícil de cerrar. Conviene tomar nota.

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