Con motivo del Día del Libro el periódico El Español publicó una entrevista realizada a Rafael González, lingüista computacional y principal responsable del proyecto DulcineIA, el chatbot desarrollado por 1MillionBot sobre el Quijote con el apoyo del Ministerio de Cultura y Deporte y la colaboración del Instituto Cervantes y que responde ya a más de mil preguntas sobre la primera parte de El Quijote, de 1605. 

En la entrevista Rafael cuenta como surgió la idea y los retos que supone la elaboración de un chatbot de estar características.

Estos son algunos extractos de la entrevista:

La aplicación creada por 1millionBot es una apuesta por aplicar la inteligencia artificial al estudio de las humanidades y mejorar su comprensión.

El proyecto es otro de los hijos del confinamiento que generó la pandemia, como explica su impulsor Rafael González. Como filólogo, una de sus ideas al trabajar en una empresa especializada en crear estos asistentes virtuales era ver cómo se podía poner la inteligencia artificial al servicio de las humanidades.

Acometer esa tarea suponía un gran reto ya que «de todo eso el Quijote está plagado y ni siquiera con una edición anotada es posible entender todo«. Por eso DulcineIA empieza esa labor solo con la primera parte de las aventuras del hidalgo manchego.

La documentación

Y solo con la primera parte DulcineIA ha tenido que leer mucho. Como destaca González, «no olvidemos que la tecnología la creamos nosotros igual que los algoritmos los creamos y que los datos los introducimos nosotros». Eso se traduce en quince ediciones anotadas, una treintena de textos específicos, otros siete genéricos y los diccionarios pertinentes. 

La ventaja que tiene este asistente y con la que González está disfrutando más es que gracias a su inteligencia artificial aprende más de los lectores que le preguntan. «Imagínate lo que es aprender del Quijote y esas ocho horas de jornada laboral para estudiarlo», asegura risueño.

Aprender del que aprende

Esa «gozada» a la que se refiere también tiene algo de orfebrería. «Cuando introducimos una respuesta en el chatbot hay que asociarla a un número de preguntas», explica. Un número que suelen situar entre doce y quince cuestiones. Aparte, tienen que tener en cuenta los errores que pueda tener el usuario al formular la pregunta.

Eso lo descubrieron cuando se encontraron varias veces repetida la palabra rociante. «Y el chatbot decía buena pregunta y voy a seguir investigando cuando lógicamente había respuesta, Rocinante«.

Ese es un reto que han podido superar de forma automatizada gracias a la inteligencia artificial. Ahora, cuando se lance una pregunta al asistente, este es capaz de discernir si se ha saltado una letra al escribir el nombre del caballo del hidalgo o si ha añadido una hache de más a aquella adarga antigua. «Es un trabajo arduo pero muy interesante porque aprendemos de lo que los usuarios quieren aprender».

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